domingo, 20 de noviembre de 2011

AGOSTO

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Y dónde, me pregunto a veces, estará lo justo que sea capaz de ponerle freno a ese dual aspaviento de posiciones, a esa andanada de estrategias que se quieren lucir y mueren en su intento tanto por anticuadas como por duchas. Que a la hora de leer la realidad que nos toca es sólo una alegoría de solos y réquiem de porfías. Sobradas ideologizaciones que se mueren en su vacuo intento y se evaporan al contacto con la vida. Particulares intereses que, indefensos ante el mercado de oportunidades, se consumen y derriten por las ofertas, en los afanes egoístas, aunque sinceros dirían los embusteros, que no se quedan atrás y ansían su propio tianguis en donde dar rienda suelta a sus lucros, a sus escrúpulos, a taras y manías heredadas en tiranías del ser, en dictaduras de la conciencia, en el poderío de las leyes, en los amarres de la imaginación, en las cortapisas a la alegría, en dogmas que se aferran en la piel, que no tiene cómo pelechar salvo no sea morirse y nacer de nuevo.

Será que lo justo no tiene medias tintas; ni es ambiguo ni oportunista ni mucho menos doble rasero. Acaso, lo justo no será nunca plausible por cuanto no tenemos capacidades de reconocernos en el otro, de escarbarnos y situarnos en el pedestal que debiera impulsarnos a esas cúpulas en donde todo se decide y no es justo que no se nos pregunte cómo lograron ingresar a ella. Seremos capaces de dar un paso al costado y la modestia se enaltezca e ilumine como aquellos faros que por todos los medios se esfuerzan en reconocer que no es posible ir más allá de la bruma y los nubarrones y la lluvia que hace de cortina de humo e imposibilita treparnos a esa vista infesta de fieras y hienas con compromisos sin hacer, sin construir, sin humanizarse siquiera.

De saber, que los diálogos de sordos, unos más que otros, son incapaces cuando la otitis y el complejo se opone como una tapia insensible y sin tímpanos ni cerumen, a esa voz que no cesa en expresarse y hacerse coro y carne de cañón con todo y grasa, con sus muertos, con sus deudos, con su infinita necedad de porfiar. Y hacer de oídos sordos es fácil porque ya no asombra nada cuando la sensibilidad humana se hizo pedazos hace rato ya y estalló al igual que la bolsa y sus ganancias y vienen las quiebras y las pérdidas y se tragan al mil por ciento la condición de personas y somos tasados en el frívolo mercado del desprecio y las represiones, y las bondades del lujo no aminoran su esfuerzo y nos confunden porque la casa propia no espera, porque el auto requiere de un masaje y dos días de terapia amatoria, porque la cuenta corriente electrifica la dicha y las púas y cilicios tienen contento al dueño del negocio, porque los créditos no tienen tiempo de sobra y no entregan sobras sino que utilidades, porque educarnos no es ninguna gracia sin televisores que oculten el mediocre espectáculo de blondas, de pelotas, de haraganes, de analfabetos ilustrados, del querer ser millonarios en la tómbola del conocimiento con alternativas de la a la zeta que no son más que alternativas del fracaso, como aquel que esperan los galanes del realiti, capaces de gritar como monos en pos de empeñarse por una histérica.

Magro espectáculo de civismo y chovinismo necesarios cuando son oportunos y no violentan, ni sacan de sus casillas la potestad, ni enronchan la vergüenza oculta en cadenas nacionales en donde la imagen vale más que mil palabras e ir al colegio, que no se reprueba porque el crecimiento nutre la pedantería hecha facsímile y prueba de aptitud para engrosar las filas del mercado, mientras la rebelión no tiene crédito y es un lujo ser pobre, asesino o malgastado, porque los bonos se multiplican y dan rédito y nutren el populismo y las colchonetas y frazadas y pañales desechables y canastas básicas se multiplican y la voz popular clama acabar con la orfandad mientras la prole se multiplica y es pecado el aborto y más ruin acabar con la constitución de familias de bien y el santo y la cruz velan ese episodio de tragedias patarajadas que apenas están aptos y ya están hartos del despliegue de funcionarios y soluciones parches que van zurciendo desde la espiritualidad hasta los bolsillos cesantes.

Y se vienen los comerciales y las ofertas antes que se acabe el mundo o den las diez de la noche y la cita con uno mismo se atrasa y apenas y agotados y fritos, el lecho no espera para la reprimenda del escaso éxito, de la orfandad de sentirse encerrado, en lo diáfano de las pastillas que aturden y hacen bien y ya muy temprano nos recuerda que somos enfermos y nos incitan a inaugurar farmacias y botillerías sin descuento, porque a ellas todos asisten no sin antes la dieta y el ejercicio de platos temblorosos que suplican una presa o un cuchillo en caso de defenderla de expropiaciones más hambrientas, mientras la tripa cruje y se consuela de no ser delicada de paladares ante la tentación matinal de la pescada frita en su propio aceite o aquella porción parrillera que virtualmente emana su aroma que contagia y más empobrece, aguando la escena imposible de reproducir a no ser por lo perros muertos que azotan el barrio y por salud ambiental son presa fácil de la llamarada de la barricada que protesta, sin ápice de dignidad, en saquear el super, el mall, y llevarse hasta las pastillas del agua del escusado a sabiendas que ya luego la cagadera será una verdadera revolución y espectáculo de masas.

Y se defiende el lucro porque el ipsa no se acompleja y la bolsa está repleta de cuentas impagas y los créditos esperan y la tasa no se quiebra por más pobres o por más los ricos vengan a saquear las riquezas, y el cambalache genera recursos y el cobre se derrite de ganas que lo lleven a pasear por el mundo en compañía de mineros que miran bajo sus gafas lunares de indiferencia a esta tierra que, dual ella, los salvó del sepulcro y ya luego sepultó en el olvido y se hizo la olvidadiza con las termoeléctricas, y ríos y lagos andan perdidos y desorientados, sin dirección que no sea aquella de generar energía limpia, porque resulta que el mercado de micro-ondas-plasmas-nintendos y computadoras obligan a que su esfuerzo sea superior y que la energía se mantenga en 220w y no disminuya el consumo energético por más vengan a decir que doce horas de trabajo al día son pocas para un país en franco desarrollo de enfermedades y crisis sociales, que no desea mártires sino héroes de pacotilla que, al igual que santos de su devoción, iluminen con su mediocre esencia.

Y los espejos se quiebran mientras tanto, orden superior emanada del poder, porque así es más fácil que nadie se sienta interpelado al reflejo del otro, medida que sirve además para no verse de cuerpo entero y apenas fragmentado se salve en esa soledad que irradia lo individual, porque además oculta y declara que la belleza del ser ya no es tema; porque para eso están las estéticas y la cirugía de punta que enaltece a las personas y ya no se sabe sin son de verdad, porque la mentira ya es pan plástico de cada día, y no destiñen en su imagen robótica de muñecas o viriles esperpentos que educan el perfil adecuado, sobre todo, ahora que ya se acerca el periodo estival y es necesario pasearse a toda costa por las costas y parajes de postal y guías de turismo y olvidarnos de una vez por todas de este cuento de la educación porque si; es todo un cuento andar preocupado de grandes empresas cuando el retail y los shoping están atestados de bien educados ciudadanos de a pié y de los otros mientras los tractores, taxis y carritos de comida chatarra esperan a nuevas hordas que alimentarán a bajo costo el desempleo y la mala costumbre del sub desarrollo corporativo, político y social, de este campo de flores bordados, que no será nunca copia de nada porque justo se cerró el próspero negocio de fotocopiadoras por este asunto de los derechos de autor, de los tinterillos que cierran toda posibilidad de ser distinto, desde esa vez que su poder se hizo del poder y nunca más soltaron, porque si sueltan esa rienda lo más probable es que terminen ahorcados en la plaza de la constitución, que sigue siendo la misma y, en aras de salvaguardar sus beneficios y réditos y letra muerta, ni amarrados cambiarían por una, digamos, un poco más democrática.

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Y más que justificar absolutamente nada, porque quiénes somos en definitiva como para convertirnos en guardianes de lo obvio, existe un convencimiento que, argumentar respecto a lo importante de las movilizaciones sociales y sus pretensiones, y porque además nadie se opondría o sería contrario a pasar a llevar asuntos que adquieren relevancia capital; que superan y desbordan (enhorabuena por lo demás) por un largo trecho la mediocridad en este caso de la modorra, y porque además no es difícil tener en cuenta que los movilizados se defienden solos sin necesidad de chapulines colorados o súper héroes, por más se dé la paradoja de afiebrados discursos por parte de quienes suponen un estado al borde del colapso y otros que lo perciben casi como un proceso pre revolucionario, dos caretas para un solo motivo, lo que si vale la pena e importa considerar es que, no necesariamente, la crisis que hoy se vive, puntualmente ésta, haya sido la detonante del quiebre al cual normalmente se hace mención en la rivalizada sociedad.

Al final, la suma de sucesos históricos se encargan de gatillar lo que siempre obviamos u omitimos; basta sólo con hacer historia para ir calzando cada una de las piezas que nos indican que el quiebre ha tenido su propio devenir, sobre todo, por el fundado desinterés por el otro; incubado en largas jornadas del “”sálvese quien pueda” o del “si te he visto ya ni me acuerdo” y es por esa necesidad, que se podría caratular de egoísmo puro y sincero, de poner sobre la mesa lo que más a alguien le conviene, a la hora que más le plazca y que el resto haga cuenta que va al baño y se deje de fastidiar el metro cuadrado de individualismo; y es posible explicarlo de otro modo y sin manzanas, porque éstas se agotaron en la protestas hace rato: porque, por ejemplo, cuando se proyectan las calles y se percibe en el ambiente que dicha arteria cumplirá con todas las normas y obligaciones que la hagan amplia, de fácil acceso, de buenos acabados, con facilidad de ruta, que cumpla todos los requisitos y que estos detalles satisfagan a la población en general que la ocupa, sin duda que dicho milagro, porque así pareciera, nadie sería capaz de cuestionarlo y menos poner en tela de juicio a las autoridades que las mandaron a construir; en ese sentido, podemos convenir que eso no ocurre en el ámbito de la educación, por más se quiera tapar con un dedo el sol o pretender morir en el intento y encontrarla buena, aceptable y amable .

Pues bien, resulta y si se sugue haciendo memoria, cosa que hoy pareciera es insuficiente, todos y cada uno de los grandes “logros”, a medias, parches en definitiva, gusten o no, y por más estos finalmente terminen negociándose en lo oscuro del poder, en esas cuatro murallas en donde el acceso es limitado y militantemente consensuado por las cúpulas, porque caben pocos y por eso se llaman así, han sido logros de porfiadas movilizaciones que, pareciera, son la única manera de confrontar la desidia de la autoridad y de la clase política en su conjunto, más preocupada de la pelea chica que de los grandes sucesos en lo social y que al final de día apenas logra captar que, una vez más y tercamente, la realidad la tiene agarrada de las metáforas, por culpa de su omisión y declarado desinterés y, por cierto, de las herencias de otros tantos gobiernos de turno y añejas tiranías, que lo único bien hecho fue no hacer nada al respecto.

Y no pidamos democracia o procesos ejemplares cuando todo mundo es responsable directo de legitimar sus bondades; apatía, procesos truchos, designaciones a dedo, coaliciones que su único capital es el dinero que invierten en sus elecciones privadas, a salvadores de la paz que si de ellos dependiera balearían en su propósito a todos los que tenga enfrente, a especuladores y saboteadores de procesos colectivos que hasta los certificados de enseñanza se avergüenzan y piden los den de baja y, de paso, un certificado de defunción, a poderosos que no cejan en su empeño de mover la ceja patronal y la colita y coartar y comprar conciencias como si éstas fueran marraquetas o un pelo de la cola en pos de su objetivo de controlar el poder (y la enseñanza) y de ejercerlo con plena soberanía y, por cierto, legitimidad.

Y que no se pida educación cívica cuando ésta anda ocupada en loas a la patria de futbolistas, mineros, fiestas patrias y otros consumos de la canasta básica del chovinismo bananero, atragantando destemplados ce-hache-is que ya luego se vomitan en el campo de flores bordado como si nada, mientras los valores ya se fueron por el desagüe hace rato; mezclados con sangre, chicha y vino tinto, a partir de aquel día que, a falta de argumentos, primó la cobardía y el raciocinio orangután, responsable de aniquilar el sentido común y otras cuitas más humanas que divinas.

Y no pidan más, porque los padres piden “madures” y no les da y se equivocan en sus rancias letras y la zeta no alcanza en su esfuerzo por hacerla más madura. Tampoco pretendan pruebas orales cuando la palabra so-li-da-ri-dad es más difícil que la prueba de admisión a la universidad. Ni hablar en solicitar al respetable, que desde sus trincheras, por cierto respetables, desde donde ve alborozado (junto a esos otros que no tanto) lo que sucede, intenten sin buenos resultados, desclasificar la personal parrilla de descalificaciones, porque en ese ejercicio automáticamente quedan descalificados, perdiendo el puntaje para ingresar por la puerta ancha al sentido común. Mucho menos se vaya a suponer que un punto más en colegios más o menos perfilados en el lucro, salvarán a las crías de la mala educación, resignándolas a la profesionalización sin más sentido que no sea aquel del sin sentido.

Y se colma el plato de quienes favorecen la movilización, las tomas y las protestas; de todo lo que detone y agudice y confronte el estado maquillado de cosas, hastiados de las caretas y genuflexiones humanas, así como también hartos de los consensos hipócritas de quienes hacen carrera política y usufructúan de todo y de nada, sin darse cuenta que ha quedado al desnudo lo que piensa la autoridad nacional, sus clanes, la clase política y politólogos y usureros del rubro o giro y secuaces que se tropiezan para decir barbaridades y salvar su parcela de lucro, y que no es necesario, por lo demás, hacerles zancadillas porque tienen la buena costumbre de tropezarse, sin que nadie los detenga, con su lengua voraz y mordaz.

Y el gatopardismo, savia institución que pretender estar a la altura de las circunstancias y del conflicto y de orientar a todos los desahuciados y al número importante de travestismos que son contrarestados por una manifestación constante de “maleducados” que tienen claro que su egoísmo se acabó el día que nacieron y los hace dejar sus intereses en la casa, en pos de algo de dignidad (por más ésta esté devaluada en el mercado) para aquellas generaciones que los sustituirán algún día.

Y nadie está de acuerdo en nada y eso es valorable;, y salvo no sea querer a los hijos por sobre todo lo demás, no se necesita ser condescendiente, políticamente correcto o cosas que se estilan para el bronce. Sobre todo, porque esta realidad, tan de caos, tan de dimes y diretes, tan de soberbias, intrigas, pasiones, dolores, rabias y alegrías, permiten tener claro que esta pelea seguirá siendo eterna, un círculo vicioso que tal vez ya no nos cuente como actores.

Ah y a propósito de buena educación, tópico tan manoseado, tan urgente, tan de escasos recursos y puntajes, de tan malas notas, es necesario recalcar que la educación integral será la mejor herencia que podrán recibir las crías algún día no muy lejano… sino, bueno, habrá que pensar en adjudicarles algún bien de consumo, total, autos, casas, parcelas e ignorancia son las que hoy día están en boga y se acostumbran.


SEPTIEMBRE

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Y mientras los gatos terminan de aparearse… nunca tanto en todo caso según la última encuesta de opinión; que los ve medio deprimidos, medios faltos de apetito, por tanta lacrimógena que deprime la libido según el cientista social, como aquellos desganados ciudadanos que miran con cierto desenfado las portadas de revistas locochonas y que ya, mejor será, resignan el deseo y las ganas, con tal de no decepcionar y los tilden de reprimidos y antipatriotas, y ponerse a la altura de las festivas tradiciones del mes de la patria o de la matria, incluso, de dar una señal de tranquilidad democrática al mundo por más su mal parida binominalidad, tan a la usanza y que hace al territorio más grande, como el empire state, a sabiendas que las empanadas y refritos cumplirán su cometido, como las u-z-i-s, y hacer mierda el hígado y el páncreas del que se atreva en estos instantes de génesis del jolgorio, curtiendo el fervor y todas las rolas que hacen del instante una cocina pasada a cebollas, que están re caras dicen, y otros hervores que obsequia el lagrimal, empinándonos al nivel del mar y al paraíso de darle rienda suelta, como concholepas de atar, a los más oscuros deseos contenidos en largas jornadas de menopausia, mientras tanto en el aeropuerto incautan pastillas para mejorar el rendimiento a la hora de la ebullición de bailes, y que yacían en el estómago del canciller de turno, que no tuvo tiempo siquiera de hacer uso de su credencial de alto dignatario y menos cumplir su anhelo de repartirlas entre sus híbridos y deprimidos partidarios que lo fueron a recoger en andas y de las finas mangas.

Y mientras el tire y afloje, todo está bien. Sigan marchando mientras tanto, que la patria a paso de ganso no se quedará sin hacer nada, y exige sacarle brillo a los arreos y a las presas de los inútiles que lavan sus manos y las hinchadas patas en la asquerosa pileta con agua estancada, que no ceja de gotear o fluir de la llave en aquel patio de desabridos naranjos, desde aquella vez, hace siglos, cuando intentó lavarle el rostro a la desmoronada corona que ya se hacía país, con la venia de salmos y sacras gotas, también, caídas del cielo, por milagro después de tanta sequía, acción que no hizo más que salpicar de resignación a la atolondrada poblada, que no dudó en su burda ilusión de ser libre y confiarse a las oportunistas autoridades, a dios ante todo, con tal de ser nación o algo por el estilo que se le pareciera, total, los consuelos se hicieron presente y buen regalo, y a falta de pan buenas fueron y son las tortas, merengues, berlines y todo lo que huela a independencia de provincia señalada en ese mapa grandilocuente de serviles y opacos, de acuosas comidas chatarras made in, con forma de estrellitas, escudos de armas y emblemas patrios.

Y qué menos; si al final ya todo mundo quería pasarse por las armas a los bandidos auto designados, proclamados emperadores de la razón, y qué pena no haber tenido a mano la tecnología de punta como para predecir lo que a partir de las patrióticas escaramuzas, sólo terminó siendo un apronte de la vida nacional, de tradiciones insoportables que terminaron por coartar y pasar por el cedazo y amalgamas, que anestesiaron hasta la opinión, todas las pretensiones del joven Estado, y he ahí la consecuencia republicana y toda su batería de taras que generación tras generación fueron forjando el ser e identidad criolla que, ni tarda ni perezosa, corrió desaforada y con los pelos crespos al registro civil en pos de que le obsequiaran un número abultado y en crechendo, con tal de sentirse partícipe vaya uno a saber de qué, o bien paridos para la hora de las elecciones o, en su defecto, para el efectivo y crédito que otorga la banca a los civiles que se portan bien y son malos pagadores con la usura.

E iba a suceder más pronto que tarde o más luego que nunca, y no es fácil sentarse a la mesa diálogos típicas a la fecha, de mantelitos blancos y copihues, de pebres y sancochados perniles, en donde las pasas son censuradas porque tienen la mala costumbre de recordarnos el cotillón de traiciones, oportunismos y banderas, de luchas con sabor amargo, donde desabridas danzas son mezquinas y las chinas se hacen las de la chacra y calientan la tetera de campo y aquí no pasa nada porque el pudor y las buenas costumbres de no desear a la mujer del prójimo se cuelan y se filtran, además que, dicha acción, se coarta por el clima que se encarga de inhibir y enfriar la libido que porfiada insiste en el paseo por entre medio de las frívolas gallinas, y ensartarlas justo ahí en medio de su voracidad, en donde el pudor se hace humedad, justo ahí donde lubricarse ya es historia porque es pecado.

Porque hoy por hoy, quienes lucen mojados y pestilentes son todos aquellos que no ceden en su afán de doblar la mano de mancos, garfios y crucifijos que, por la patria, son capaces de jugarse el pellejo y todo lo que tengan a la mano siempre y cuando eso no signifique meter la mano al bolsillo y sacudir las lindas monedas de oro y plata, con caras lacias de libertadores y que titilan de lo lindo sus mandíbulas, como botón de emergencia, por si alguien osara robárselas y mejor guardarlas en las arcas fiscales porque desde ahí nadie las contempla y difícilmente compartirían el pobre paisaje donde huemules y cóndores insisten en que la repartija sea pareja, como la ostia del nervioso cardenal que ve en esta inquietud animal y ciudadana, al mismito diablo y a mil demonios con los cuales no es bueno inmiscuirse, mucho menos compartir la dicha terrenal de aquella pareja policial que reparte palos a mansalva en calidad de guardianes de las mejores tradiciones de los camiones blindados, jardines infantiles e incubadoras.

Y entre cueca y cueca, espuelas, fustas y pañuelines se acaba la vida diría el tango, incluso juan charrasqueado, y no habrá razones para desmentirlos y para bajarse de los caballos mientras la tonada no termine de convencer con las maravillas y bondades del enredo festivo, de guitarras que su único folclor es dejar las manos con tendinitis luego de la cumbia y porque no hay caso rasguearla bajo la lluvia y el frío que arruina el negocio y las carpas fonderas son un barrial que limpian la regadera de borrachos que pasean su cuerpo maltrecho en el entarimado y sobre el aserrín y los muertos brillan por su ausencia allá en el servicio médico legal de tanto estirar la pata en su intento de bailar la tradicional tonada y los vinos son amnesia tinta o el ravotril que llevamos dentro, que no deja ver más allá de próceres y héroes, de zamacuecas y otras baladas, de comistrajos a destajo mientras las vacas arrancan al manicomio porque no entienden y zafaron de cuajo sus cabales después del mensaje presidencial que llamó a comérselas a todas y a no dejarles ni los parásitos vivos.

Y ya se acaban las delicias y las ramadas se consumen en el peor incendio jamás visto por las pantalla de televisión que, entre choqueada y asfixiada contempla los chicharrones y el vino caliente y, ya luego, con su frialdad característica que todo lo envuelve, intenta por todos los medios extinguir de aquí a la vuelta de comerciales la tremenda barricada que se ha provocado a sabiendas que ese muerto no lo cargan ellos sino los responsables de tener el país en llamas por culpa de aquel líder venido a menos que por más las piedras le insinúen que baila pésimo la danza típica, déle en insistir con que las gallinas mean y mueve su humanidad de modo desatado, como si lo tuviesen amarrado, con tal que las encuestas lo empinen más allá de su pocaza altura estadista, además, que según el pre censo luce bien rezagado, al final mejor dicho, de la encuesta, después que declarara que no importa bailar o cantar mal las rancheras si lo importante para la ciudadanía es contar con alguien de su altura que, efectivamente, se atreva a hacer el ridículo, sobre todo, después de denostar en público a su estupenda y plástica señora, porque resulta que tuvo la genial idea, ella es genial también, de sacarle en cara y de paso los choros del canasto, porque resulta que ya llevan más de dos años sin verle el ojo a la papa por culpa del caos y desorden que tienen en la pieza asignada, para más recachas, con vista a la calenturienta y llena de barricadas Alameda.


Tufazo que se viene con todo y despropósitos, impregnándose en lo que se ponga en frente, que marcha por todito el territorio, dispuesto a ofrendar la vida si fuese necesario, con tal de que lo aprecien, que le otorguen esa garantía de impunidad para colarse hasta donde la vista considere necesario clavarse; en la nariz ciudadana; para que haga muecas como venia, al esfínter; para que consuele su grandeza y las derrotas sean victorias, en pleno hígado; para que las carretas conserven la calma y la borrachera no desconcentre a corceles y choferes, para que el alcotest se encabrone y se contradiga alguna vez; porque resulta que insiste en que los grados alcohólicos todavía no son los suficientes como para declarar más días feriados; para que de verdad el terruño cruja de contento y sus habitantes se ahoguen de puritita emoción de lábaros y, desde luego, en la pedantería de probos ciudadanos.

Y mientras sigue borracho el chovinismo y su alter ego, la patria, ni se diga, el aromático instante no da tregua; fetidez que desmorona hasta los usos y costumbres que ya bien entrados en gastos, al calor de las copas y cachos y cañas mejor dicho, no le hacen asco a lo que les sople, total, mantenerse vigentes y emborrachar la perdiz del respetable es el deseo más apasionado para quienes aprendieron que la patria y las enseñas son lo primero, como aquél líder de opinión que en franco apoyo a la tradición de emblemas, trompos, volantines, rayuelas, emboques, palos ensebados, no encontró mejor cosa para hacerse notar, sobre todo, que le miren bien mirado y a huevo su patriotismo, que subirse al mástil que tiene en su casa y de ahí flamear y flamear durante todo el mes, hasta que le dé hipo friéndose al sol, no importa; izado y a toda asta, pretende aprueben el requerimiento ciudadano de alargar el feriado de aquí hasta fin de año y así darle rienda suelta al jolgorio, al baile típico, a los cánticos, al consumo desenfrenado de masas y brebajes, para que la cirrosis pida clemencia y abandone el desarraigo y se transforme en algo así como un legado que fermente las buenas costumbres del ser nacional.

Y los dueños del calendario y las fiestocas no se hacen de rogar y asienten en el férreo control del tiempo, de la hora nacional, de las condiciones climáticas monitoreadas entre cueca y cueca, de los cambios de ánimo, de las pastillas que regulan la sonrisa e incluso el entusiasmo, con todo lo que tenga que ver con el día después, con tal de recoger de fondas y tugurios, y con espátula, el tremendo arrojo de sus habitantes que, entre patita y patita, evacuan toditas las represiones acumuladas, al igual que la bilis que se chorrea generosa al igual que el vino y los conchos y que vendría siendo algo así como la tostesterona que comprime la libido y pone flojo el apetito sexual, en pos de la entrega, por entero, a la celebración del terruño.

Además, ya están hartos que el negocio preservativo ni en fiestas patrias florezca, ni siquiera con la calentona insinuación en los constantes blackout energéticos (la siutiquería bilingüe a esta hora se luce e ilumina) que dejan a cada rato en penumbras el país, quemando a lo más unas cuantas ampolletas y plasmas, mucho menos luego que aquel concilio de obispos y cardenales, osados ellos, declarasen que, hastiados de los típicos consoladores, léase velas, inciensos, cilicios y todo lo que convenga en rito relevante, es mejor un implante y pongan un burro en vez del desganado huemul sobre el escudo patrio; para que por lo menos visualmente entretenga al respetable, sobre todo, en esa tierna travesura de plantarle un profiláctico con los ojos vendados y qué mejor, si es que esta didáctica actividad conmueve a las multitudes, introducir a la par los primeros acordes del himno nacional, que a la letra ofrece generoso: puro chile, puras brisas, tamaño futuro esplendor y harta longaniza para los choripanes.

Y mientras los chorizos se adentran como pedro por su casa en la chovinista humanidad del pueblo, los cánticos alusivos, al igual que las fogatas, envuelven el cielo azulado… y todos miran absortos la performance del gabinete en pleno que, empuñando la gloria de vinos y más concentrados en la aceituna y el huevo de las empanadas hechas por la primera nana de la nación, gritan las estrofas a sabiendas que mientras más alharaca, es probable los nombren héroes patrios… que ni la brisa incesante, que no hubo caso disipar, por más la rogativa del encargado del tiempo y sus incontables informes por cadena nacional, echará abajo la estatua que ya le confeccionan al tirano opresor, hecha con las tapaduras y prótesis dentales de los más hocicones y hociconas del reino y que, por cierto, son quienes lideran las encuestas de opinión.

Y todo se olvida, alegan algunos, y qué bueno, dice la autoridad que tiene sus héroes de primera y en un segundo los oferta (no hay primera sin segunda) y quiera dios se conviertan en animitas y aparezcan en programas estelares, en tonadas con sabor a cumbia, en postales al mundo… aro, aro, aro; que el resto se pudra en el olvido, porque no hay mejor forma de olvidar que apostar por los legajos de anécdotas y uno que otro mal escrito de puño y letra, como la letra chica de aquella tonada que invita al forastero a invertir y ofertar el crédito de consumo, de cantar a ritmo del retail, de balbucear el anhelo de la casa propia en cómodas cuotas… ritmo pegajoso que ya se mete entre medio de los esforzados bailarines que no dan brazo a torcer y el pie forzado de baile típico alcanzará para dormir a pata suelta hasta que se venga la otra tanda de jingles que, por suerte, se memorizan rapidito, según el olvidadizo responsable de la oficina de amnesias de la republica bicentenaria.

Se acaba el mes y donde fuego hubo cenizas quedan y las parrillas y asados no se dan abasto y los volantines congestionan el cielo y los aviones se quedan sin bencina, mientras los saqueos solicitan más vino a los reponedores, las fritangas no cejan en su empeño y los temblores ya son pan de cada día, los zorrillos y guanacos hacen su agosto en plena homilía y Tedeum y los curas y autoridades no aguantan la carraspera lacrimógena que ya parece pecado, los pavos siguen a las gallinas y todos juntos y hermanados por las circunstancias y el paisaje que los pide a gritos, mean sobre las barricadas y ya se hace tarde y la guinda de la fiesta la pone Freud que no dudaría en decirnos que estamos en una fase fálica; "parada" militar, "paro" social, mientras el otro fue a "puro pararse" a hablar pelotudeces a la onu.

OCTUBRE

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Mientras el calendario apenas hace el intento por desempiojarse y cambiar de fecha, que los recalentados y vinagres pajaretes aromatizan el paisaje, fermentando borracheras y parrillas que lucen al tope y el carbón sigue en alza y el servicio agrícola ganadero y de pesca no haya la hora de calmar a los locos por la patria, que por más la estatua del héroe, que no es tan héroe, anda con apetito y se resigna a su condición de soledad junto al contingente de caballería que protege su heroico bienestar, aunque no haya la hora de bajarse del hemiciclo y salir galopando de la escena; harto de las trifulcas, de que bajo sus pies se estacione la represión y los destrozos, que todo mundo espera ansioso se distraiga para bajarle los humos y fundir su broncíneo aspecto y así su halo se mezcle con los gases haciendo de su dura humanidad un soporte ad hoc y ablandar o sensibilizar un poco su talle inmarcesible, como si no bastara, pareciera, llevar sobre sus hombros la responsabilidad de velar por la tranquilidad del peladero que le toca.

Que si bien la juerga del caldo de empanadas y alcoholes septembrinos en donde, a saber, la carne chorreada dejó en evidencia y en alza el compromiso chovinista, las buenas costumbres hicieron su festín y los tópicos más de moda surgieron como las callampas a vista y paciencia de los que bailan más o menos nomás la cumbia y gozan del celular y el i pod y el estéreo y el plasma y al artista del momento, que ya se equiparan y toman posesión hasta en los sitios más marginales para alegría de la tecnología y de steve jobs y la empresa privada, que es la voz cantante y da trabajo con flojera. Porque si la moda no avisa el cambio de temporada, la vieja usanza de trapos no muy floridos y sin mucho esplendor perderían su oportunidad de lucirse, sobre todo, cuando el esplendor y el éxito estiman conveniente que, en un impulso a la retina, como desordenándola más bien, lo ideal es convocar a la ciudadanía a que no fracase y pierda sentido su existencia y fotogénica, aquella que todavía no se quita el traje típico desde esa vez de la independencia según el cultor de tradiciones, y así darle vuelo y realce a la estética más proclive para vestir la orfandad, moldear el carácter y asemejarse, si se puede, a la vieja Europa y a otros territorios que la llevan.

Que las plazas públicas se constipan, permiso previamente concedido, con el uso irracional de la fuerza pública, y las hordas con lentes fashion, de mineros saliendo del pique, plebes con botas y carteras sensacionales, vulgo con cinturones kalvinarmaniklein de lujo y las mejores tenidas para que los colores exclusivos hagan estallar la retina y dominen la rutina del chulísimo paisaje; verdes, azules, rojos, amarillos, morados, el blanco y el negro ¡ah que no! el café junto al naranjo y el rosado que tampoco se queda atrás en el cromatismo a prueba de balas y rechazos, y las boletas electorales piden plebiscito, que la identidad ya se prepara para inscribir el modelo favorito, y las flores inquietas y celosas no se demoran nada y salen de su clandestinidad invernal mientras la congestión y el estornudo no disimulan su pena alegre y la alergia del plátano oriental tiene a todo mundo expectante según el último estudio confeccionado por el ministro del medio ambiente y su perorata de la mucosidad asociada a la depresión que vive atravesada entre el paladar y la manzana de adán, conviene, entonces, considerar que no hay mejor remedio que comprar pañuelos desechables, especialmente, aquellos que traen grabado el escudo nacional y la foto del mandatario de turno, que, además, no se olviden de leer, por más el analfabetismo disfuncional galopante, la letra chica de la proclama que aparece junto al moco olvidado en el pliegue, en donde se ordena que quien no haga uso correcto del adminículo, se vaya haciendo la idea de pasar una buena temporada en la capacha de donde ya vienen saliendo generales y coroneles bien agarraditos de la mano; felices del buen comportamiento interno, de descubrirse sensibles a la hora de manosear los jabones que intencionalmente tiraban una y otra vez al suelo, con la sana intención de que se los re-cogieran bien recogidos aquellos jóvenes gendarmes locochones y así alterar, definitivamente, el sosiego y la virilidad y confianza de las añejas tradiciones que detentaban, como esa fiel lealtad a las instituciones, al mando, a la moral, a su buena costumbre de soldados probos y machitos a la hora de que, en tropel, asesinaban y torturaban.

Y ya dio su opinión el gurka que luciendo su viejo corvo, muy a la moda según él, blandiendo sus opulentas botas recién lustradas con las que exagera o camufla su paso de ganso lleno de callos que, incluso, ya lo superan y se le suben hasta la azotea neurológica, quien dictamina que cada día se pierde la tradición del buen vestir por culpa de aquellos agitadores vende patria que vinieron a menospreciar la rosa cromática nacional de la cual se siente orgulloso, sobre todo la de su jardín y paraíso donde gobierna con dureza y altura de miras, porque está seguro que le falta el aire necesario a las prendas, sobre todo, por el cáncer marxista que aprisiona e incomoda su ser a la hora de abrir la boca. que por más le caigan mal aquellos extranjeros que vienen a consumir el aire puro que dice le pertenece por obra y gracia de haberse mal parido en esta tierra, echa de menos y anhela los grandes almacenes que vendían tela por metro, esa que precisa camuflaba la sangre en sus trajes de gala, tan blancos como la cordillera y la estrella de la bandera y, así, pasar desapercibo en aquellas asonadas que gusta contarle al excitado capellán que no entiende por qué los escapularios y crucifijos se contraen y esconden, como almejas, sude puritita vergüenza ajena.

Octubre que no se olvida así tan fácil, por su hechura; por los días tan altibajos, por las manifestaciones que no dan respiro a la asfixiada autoridad, que tampoco se acallan y piden rueden las cabezas de pescado que acostumbra el ejecutivo-legislativo-judicial, que las nuevas constituciones no sean quimera. Que los instrumentos originarios, que apenas deja escuchar el ruido ensordecedor obsequiado por el cantante favorito a estadio lleno, dejen su quejido de dolor y la rabia de boleadoras y ondas repiquen su trémolo contra el escopetazo de terratenientes dueños de hasta la tierra de las uñas. Por las traiciones que se amontonan durante los días de la primera quincena, por el desolado paisaje que dona el sol que se raja hirviendo y achicando cráneos y las promesas de arbolitos en parques y plazas son sólo voladores de luces que tienen su respuesta en los cadenazos que dejan a oscuras. Y las velas se derriten homenajeando aquellos tiempos de zozobra en donde sobraban algunos y no era bien visto repartir la riqueza de esos pocos que claman por tener más y los bancos sean más seguros, que la custodia se incremente y suban los intereses y bajen los impuestos y la rapiña sea todavía más legal, porque así se les da su regalada gana y asiente la guardia pretoriana cuida ricos e incrementa su afición por arrumarlos bien, porque son los que dan empleo y las migajas son para palomas y pichones que no se quejan, a sabiendas que algún día emigrarán a barrios más elegantes, más adecuados y educados, para demostrar que la economía es transversal y para todos alcanza y dios quiera haga bien su trabajo y mantenga bien pobres e ignorantes a los pobres, que son pobres justamente porque no son capaces de ser ricos, como lo son ellos.

Mes de catecismos, de resignaciones que conquistan y se agolpan y tocan la puerta insistentemente. Periodo que invita, siempre considerado él, a darle tregua al encuentro de los dos mundos y luma y garrote a los disconformes, a servir al papa, a curas y monjas en ese sorbo remiso y amargo que pese a todo satisface a quienes rebalsan el templo, mientras las tonadas épicas y aleluyas vencedores van desalojando la raza mal nacida y mal agestada y los gritos de traición y la lluvia de papas y canelos no trepida en darles una sopa de su propio chocolate. Rey, virreyes y lacayos que se atrincheran ante el maltrato de la lengua originaria y las blasfemias van y vienen y la arremetida del meta-lenguaje no se deja esperar, -metanse la patria y los escudos y las sotanas y el libre mercado por el culo- grito maltrecho de quienes vomitan la nausea republicana… y como no hubo caso abrir el grifo de la esquina, propiedad de la transnacional y ahogar a los desarrapados que cuentan con la fortuna que los crucifijos todavía no tienen cargadores automáticos y no hay sogas a la mano ni fuego que los queme, el 133 de la policía actúa en el acto y los carros lanza aguas ya se arremolinan gustosos frente a catedrales y palacios, dispersando a los envidiosos que no entienden de la moda primavera verano de esta patria chica, de paso, bellas edecanes entregan la última cuenta de luz y la recomendación de que por favorcito no se vuelvan a atrasar en el pago y agradezcan, mal agradecidos, que las instituciones de que funcionan, funcionan y atienden a partir de las nueve de la mañana y en horario continuado, eso sí, siempre y cuando no haya otro apagón, que sí así fuera, lo van a descontar de la boleta, sobre todo, si es que se producen nuevamente los famosos saqueos.

NOVIEMBRE

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Y ya se vino el día de muertos y las tragedias se acumulan junto a vasos y botellas, allá en los panteones. Nichos idóneos para soportar la avalancha de dolores que, por cierto, no desfallecen y ponen su mejor cara de luto mientras, en paralelo, los canales abiertos transmiten la pateadura y sodomización del ilustre cadáver que ni siquiera pudo chistar y, al contrario, pone la mejor cara, la otra mejilla más bien, y se entrega en cuerpo y alma al pomposo ceremonial y rito que le tenían jurado en vida sus adversarios apenas cumpliera un año de fiambre, y a falta de piedras buenos son los linchamientos con la venia de este patio de los callados, sitio que, a propósito, ya se resigna al descrédito residencial por culpa de las estratégicas barricadas y el arsenal de molotov que, a modo de alegoría, una epifanía según los sorprendidos visitantes que ven frente a sí al mismo diablo, vuela por los aires, posándose como velitas llenas de gracia, sobre epitafios, querubines y arreglos florales.
Arde Troya y los santos ministros de rostro fúnebre salen en defensa de la buena costumbre de contar con estatuas macanudas, de la tradición de próceres ante todo, de preservar la memoria de caciques mal habidos y ya luego caídos en desgracia y que dieron ejemplo de comportamiento y marcialidad más elevados, sobre todo, cuando fue necesario aterrizar su cara de momia en algún plinto que se dignara. Y los rezos solidarios se multiplican en pos de gallardas figuras un tanto oxidadas y agusanadas, vomitivos patriarcas tiranos que, dicen los envidiosos, salen a penar cuando les da la guevá o se aburren en pos de mantener cierta vigencia y presencia ciudadana. Que no se note pobreza ideológica ni maquillaje para revertir el flash que asesina una y mil veces las pétreas fisonomías por encargo: en recuerdo de, en memoria de, para que no se nos olvide, y que, asustadas de la plebe, que una y mil veces lincha su historial de asesinatos, ya se esconden bajo tierra por si las moscas los extremistas derriten o mean su estirpe.
Y las urnas se cierran de golpe y la vergüenza ajena se sonroja de tanta sangre acumulada en borrachos feriados y festivos y tomas del poder, y esta vez quedan en deuda con la patria los jarrazos y escupos como para salpicar bellacos y a educados lameculósculos connacionales y que, como buenos expertos en esas cuitas del médico legal, se mueren de ganas por matar toda la pasión de nuevas generaciones, ahogándolas en un vaso con agua… y para el caso vengan las dicotomías y un buen plato de antidepresivos entusiasman el esplendoroso futuro que sobreviene de las encuestas que a cada rato los juzga e insiste en recordarles su próxima fecha de vencimiento o, en su defecto, los conmina a que no se dejen estar y vayan invirtiendo en un cajón de lujo, atiborrado de guardaespaldas, sirenas ululando y antibalas idóneamente, por si la historia demanda desaparecerlos del mapa.
Proclama que se reproduce en todo el territorio, apta a la necesidad de los deudos, laborioso forcejeo entre el amortajado responsable de los fondos que se reparten en generosos bonos cada vez que el poder desciende de su pedestal de inmortal cuño republicano dependiente y que no trepida ni está dispuesto a mamarse el escuálido cariño ciudadano, y ya se dejan ver hombrecitos mediocres enfundados en el uniforme corporativo hecho a su imagen y semejanza en los talleres de la casa de moneda, y que como enfermos llevan la palabra mandamás a potreros y comarcas lejanas y llenan de condolencias el obituario nacional, no sin antes el acarreo de miles de arreglos florales hasta los campos santos de toditito el país y a ver si en una de esas, nunca se sabe, los finados van convenciendo a los deudos de lo buena persona que son y, en un acto sin precedentes, sean capaces de conminar a la tristona parentela a que voten en las próximas elecciones por los candidatos de la estrella o de la cruz o del tractor o del cóndor, del huemúl ni hablar; porque resulta que está en extinción hace rato y, últimamente, se le ha visto, pese a lo encorvado y fosilizado de su estampa en el escudo nacional, medio encendido y sublevado de la tradición, con ganas de bajarse y mandar todo a la mierda, sobre todo, después de reiterar su compromiso con las demandas que hoy se evidencian y porque siente que no es buena idea que lo acusen de mal agradecido y antipatriota y terminar sus días convertido en asado de tiras y engullido en alguna última cena de esas que acostumbra la tropa de antropófagos y sinvergüenzas que detentan el poder en este bicentenario panteón de dolores.
NOVIEMBRE I
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Números redondos, déjà vu y política de los acuerdos, chaqueteo y consensos, la fiesta del poder, del todo por la patria que no se deja estar y atenta espera la convoquen cuando el aprieto se insinúa. Capicúas de calendario y once-once-once que intimidan y Matta es abducción y en lo alto de los cerros, junto a la fugaz rapiña, se dibuja a todo color el misticismo rimbombante, la palabra de ley, la ganancia de pescadores que no se intimida más abajo, allá en el río que cercena el paisaje con su soberbio hedor de ciudad engreída, y que se viene jactancioso de saberse parte de la bonanza de culos sin una pizca de educación cívica. Tierra rica en oportunidades que evidencia el oportunismo y, hasta que no se gorgoree lo contrario, el trabajo sucio de bostas analfabetos, rapaces especuladores que expolian todo a su paso, con tal de mantener las exitosas buenas costumbres y el estatus adquirido.
Tarotistas que detentan la panacea y ni se despeinan al instante de mostrar la garra y la carta magna y el primer escrito de la república. Seriedad que se desdibuja de aquellos concentrados rostros que apuestan a salvarse (el resto que se pudra) antes que se salven otros, y reírse sólo es posible apenas los honorarios son depósito bancario o alunizaje de astutos descarriados que hacen efectivo las bondades del sistema y su desvelo democrático, poniendo en jaque a la jauría de delincuentes uniformados que los persiguen, y las ganas de impresionar al barrio pobre que los espera para la repartija de utilidades no basta y las hazañas de vivir en una ciudad con murallones, sobrepasados por necesidad y porque su interior es un casino donde siempre ganan los dueños, los de siempre, mientras las señoras aplauden y las joyas titilan su orgullo extasiadas y los orgasmos se guardan en las finas carteras y no desentonar, por incómodos y porque su estrategia no es fingirse sino simularse.
Instante de cultos caraduras, de brujos visionarios que gracias al parlanchín acento adquirido en colegios privados y escuelas matrices, cobran sólo en billetes anglos y sajones y nada de especies ni de carne ni de huevos ni de gallinas ni pan amasado, mucho menos que les vengan con aquel lapidario cuentito que todo anda mal, mal interpretando el amor sistémico por el prójimo, por desposeídos (de fe incluso) que por flojos no tienen nada. Proselitistas de la razón y palabra exacta que se doran bajo el sol y en el puerta a puerta convenciendo con sus ideas y paragones, adquiriendo aspecto de salmones ahumados, rebotando en el duro asfalto y bajo el cause de piletas públicas, para que no se diga que no son del pueblo, y que predicen lo que se viene, a sabiendas que la gleba bien acoge, por incauta de tanta palabra divina bien dicha y que se desova por completo en el cerebro ávido de ideas no-vedosas.
Videntes que no ven más allá de su caja fuerte y de las urnas que ya se construyen para alegría de los depositarios de confiar en las instituciones que no dejan de funcionar para tranquilidad de gobernantes traje sastres y del estiércol democrático que hace de mancuernilla y que venden o regalan y que como verborrea gana por una nariz, mientras la estabilidad convence con su hediondo eslogan que a la letra amenaza y apresta la particular ideología de binomios, de familias, de caciques, de momias y dinosaurios, para que los sufragios caigan de su lado y la pelea chica y la flojera se apoderen de burdas e ignorantes huestes a la hora de estériles discusiones, de particulares análisis, de la realidad hecha a imagen y semejanza y que se discute con pasión bajo el sol y los paraguas y las parrillas y los sirvientes, por allá en el litoral central que concentra las cabañas que dan forma a la convivencia cívica, política, religiosa y militar y que tan buenos dividendos otorga, y que es vigilada por alcaldes y monos chicos y ejércitos de fieles guardianes mal vestidos, a todo terreno, que aperran y son rabiosos y lambiscones, apostados tras las rejas de estos paraísos fiscales propiedad de estos parásitos quienes se alistan para la temporada estival y salir bien parados.
Minuto de las encuestas que tienden la mano, que ventilan y proyectan a los próceres más a la altura de las circunstancias, consignas que ya se acuñan, sesudos acuerdos en la mesa coja que diligente repara el poder que, visionario él, ya canta de antemano, como el zorzal o el zenzontle, que no necesariamente cantan hasta morir de aquí a mil años, la victoria en todas las circunscripciones del tinglado, y lo hacen frente al malhumorado escudo nacional que ya está harto de que lo salpique tanta emoción de estrofas juntas y que se prepara para ser violado una y otra vez y recibir nuevas monsergas para el bronce, y el lema patrio Por la Razón o la Fuerza es perfectible y es posible cambiarlo por la enseña: Que Si Te Vi, Ya Ni Me Acuerdo, que entra por la razón y a la fuerza y sin vaselina y no está demás tener la frase a mano, porque hace las veces de estímulo o, dependiendo del interesado, de justificación para que el esfínter done su sonoro repertorio y recuerde, acaso no se den cuenta, que los cóndores son pedantes y de mal augurio y tontos útiles del nacionalismo y del egocentrismo más montano y megalómano y depositarios de las peores tradiciones, operaciones y masacres que se tengan en la memoria.